Hace cinco años, en Río de Janeiro, el sueño que Rakel Mateo había perseguido con ahínco casi se tornó en pesadilla. Era el debut del triatlón en unos Juegos Paralímpicos y a apenas una hora de la competición le comunicaron que su rueda trasera perdía aire. En los boxes de Copacabana encontró consuelo en un hombre que le ayudó a dar con una de repuesto. Se llevó un diploma tras ser octava. Poco después, aquella persona a la que no conocía le envió una bicicleta nueva. Había cumplido y quería retirarse, pero ese regalo le hizo cambiar de planes, estaba en deuda con su “ángel de la guarda” y se propuso llegar a Tokio 2020.
Ese objetivo casi se esfuma ya que a solo seis meses de la cita en la ciudad nipona le amputaron la pierna izquierda que desde hace 20 tenía dañada por un accidente laboral. “Cada vez me fallaba más y me caía al suelo con facilidad, no la podía controlar, así que cuando los médicos me lo propusieron en febrero, no lo pensé, quería ganar en calidad de vida”, confiesa. En 2001 la carga de unos 100 kilos de fruta que manejaba en un supermercado le cayó encima y le dejó graves secuelas. “Me quedaron lesiones neuropáticas que me impedían doblar la pierna y levantar los dedos del pie. A diario convivía con el dolor, había épocas en las que tomaba casi 20 pastillas, pero nunca me quejé, mi vida era mejor a la anterior”, asegura.
Rakel venía de sufrir anorexia durante una década cuando le ocurrió el accidente. “Ya estaba recuperada y llegó el otro golpe. Aunque como siempre le saco la parte positiva a todo, la enfermedad me hizo más fuerte y me ayudó a salir adelante”, afirma. De pequeña hizo ballet y danzas vascas, pero apenas había practicado deporte. En 2010 encontró en una bicicleta antigua de su hermano una vía de escape. “Fui a un parque de Mungia (Vizcaya) y me até la pierna tiesa al pedal con el cordón de la zapatilla. Solo di cuatro pedaladas, pero esa libertad que sentí me atrapó”, rememora.
Compitió en ciclismo hasta 2013, año en el que probó el triatlón en Zumaia (Guipúzcoa) pese a que no sabía nadar ni correr. “Descubrí que podía hacer las cosas a mi manera, me daba igual tener que ir dando saltitos con mis muletas. Me encantó”, reflexiona. Se estrenó con la selección española en la Copa del Mundo de Madrid en 2014 y desde entonces ha logrado 11 podios en pruebas internacionales, siendo la plata del Europeo de Tartu (Estonia) en 2018 su metal más preciado. “También fue especial el quinto puesto en el Mundial de Rotterdam 2017 porque bajé de los 30 minutos en la carrera a pie. Aunque lo más importante hasta ahora ha sido el diploma en los Juegos de Río 2016”, recalca.
Un diploma con mucho esfuerzo
En la ciudad brasileña finalizó octava en la clase PTS2, un resultado meritorio teniendo en cuenta que llegó a competir in extremis por el problema de su rueda. “Me descompuse, no daban con una que sirviese y se ajustase a mis necesidades ya que pedaleo con una sola pierna. Tras un rato llorando por los nervios, consiguieron solucionarlo. Y en lugar de ir en zodiac hasta el pantanal de salida lo hice nadando para quitarme el estrés. Todos esos años de sufrimiento por la anorexia y el accidente laboral pasaron por mi cabeza, el camino había sido duro, así que nada me iba a frenar. Acabé muy contenta”, relata.
Unas semanas después le llamaron desde la Federación Española de Triatlón diciéndole que una persona quería enviarle una bici. “Pensé que me estaban tomando el pelo. Pero no, me llegó a casa una espectacular bicicleta, era demasiado caballo para tan poco jinete -ríe-. Y el regalo era de parte de aquel hombre que en Río de Janeiro estuvo sentado a mi lado mientras esperaba abatida en los boxes una solución para competir. Solo sé que es holandés y que tenía un cargo en la empresa Shimano Europe. Tengo la esperanza de contactar algún día con él. Tras aquellos Juegos no iba a seguir, pero decidí continuar, que me pueda ver competir sobre esa bicicleta es la forma que tengo de agradecérselo”, cuenta.
En este ciclo paralímpico, la triatleta vizcaína se ha mantenido entre las mejores del mundo, sumando preseas en una categoría cuyo nivel ha subido mucho. Pero también ha vivido episodios amargos, como el positivo por Covid-19 de su madre. “El mismo día que aplazaron los Juegos, el 24 de marzo del año pasado, la ingresaron en el hospital por coronavirus. Fue un doble mazazo. Pasé 15 días horribles, no podía estar a su lado. Le han quedado secuelas y estoy mucho más pendiente de ella, ha sido mi mayor apoyo en los momentos más complicados”, comenta.
Amputación de su pierna izquierda
Y en febrero le dieron la opción de amputar su pierna por encima de la rodilla. “Los dolores me estaban pasando factura y cuando el médico me comentó que ya no haría falta tomarme medicación, dije que sí pese a que los Juegos estaban cerca. He ganado en calidad de vida. No me gustan los dramas, voy a seguir luchando, si caigo 100 veces me levanto 101”, recalca. Ha tenido que empezar de cero otra vez, volver a aprender a nadar, montar en bici y correr sin la pierna izquierda: “Fue una operación de calibre y meses de locura con rehabilitación, ortopedia, adaptación y entrenamientos”.
El alta no lo recibió hasta mediados de julio, pero la vizcaína no quiso perder tiempo y se preparó en casa, en la piscina y en la pista de atletismo de un colegio de su municipio. “Nado mejor de lo esperado, me sorprende lo recta que voy en el agua, antes iba con tensión para mantener la pierna a flote ya que al no controlarla se hundía. Ahora con el muñón puedo hacer hasta patada -ríe-, aunque cuando le aprieto me da un aviso porque está sensible”, explica. En la bici le han puesto un tubo de carbono para apoyar el muñón y lo que más le está costando es correr. “He perdido un punto de apoyo y por ello acoplaremos una prótesis de ballesta para que haga esa función. No sé si servirá, pero había que tomar decisiones rápidas”, cuenta.
El nuevo escenario ha variado su objetivo para los Juegos Paralímpicos, pero estar en Tokio ya es un premio. “Soy realista, no aspiro a medalla, pero lucharé hasta el último segundo para cruzar la meta, eso sería increíble, un reto superado. Quiero darlo todo por esa gente que cada día me ha empujado y me ha animado a seguir. Como siempre digo, prefiero hacer y fracasar que arrepentirme por no haberlo intentado”, remata Rakel Mateo, una triatleta cuyo pundonor, perseverancia y resiliencia le han permitido rebelarse ante cualquier obstáculo hasta dibujar una gran trayectoria deportiva entre sus muletas y su perenne sonrisa.