Jesús Ortiz / dxtadaptado.com
‘Si te mueves tú, el mundo se mueve contigo’. Ese es el mantra que la arrolladora Gema Hassen-Bey siempre ha recitado al dedillo en su camino y que le ha llevado a conquistar arduas cumbres en el deporte y en la vida. Pionera de la esgrima en silla de ruedas, esta mosquetera de carácter indomable consiguió en Barcelona’92 la primera medalla para España empuñando una espada, con la que sorteó demasiadas piedras para alcanzar la élite y luchar por sus sueños. Asidua al podio en pruebas internacionales, ganó tres bronces en cinco Juegos Paralímpicos. Aunque para esta polifacética mujer de cabellera rubia y sonrisa perenne que rompe moldes, sus mayores triunfos han sido las experiencias vividas a lo largo de su carrera.
Esa osadía y rebeldía que le caracterizan comenzaron a fraguarse poco después de sufrir una lesión medular tras un accidente de tráfico con cuatro años. Fue la primera niña que ingresó en el Hospital Parapléjico de Toledo, donde pasó toda su infancia. “El centro tiene para mí un valor incalculable, fue mi hogar. Tuve la suerte de contar con Mari Carmen Pazos, mi fisioterapeuta y mi primera coach. Cambió las rutinas de rehabilitación por retos muy duros como subir las escaleras con la silla con los brazos. Aquello me hizo muy fuerte y me potenció mucho. Me llamaban ‘Urtanita’, por el boxeador José Manuel Urtain, una gran figura en esa época”, asegura.
Allí creció con historias y cuentos de gladiadoras y piratas que fueron su inspiración. Aún no sabía que su destino estaría ligado a blandir una hoja de acero. “Con ocho años le pedí al carpintero del hospital que me hiciera tres espadas de madera y con varios niños montamos una pandilla. Pedí las llaves de una sala para pintarlas y se me olvidó entregarlas. Al día siguiente toda la planta estuvo parada porque no podían abrir las clases, como estaba haciendo pellas no sabía nada. Al final confesé y me requisaron las espadas”, dice entre risas. Comenzó a probar deportes como baloncesto, tiro con arco y tenis de mesa, con el que fue campeona de España.
“Anunciaron que se iba a celebrar un campeonato en el hospital y que iría el equipo nacional paralímpico, era la primera vez que oía hablar de ellos. Pedí que me subieran una mesa a la planta infantil y todo el que se pasaba por allí jugaba conmigo, eso me ayudó a entrenar. Sorprendentemente gané la competición. Pero me enfadé porque prometieron que a los ganadores los llevarían a un Mundial y de mí se olvidaron, pero es que era muy niña”, rememora. Se interesó por el movimiento paralímpico cuando Pablo Martín ‘El Niño’, que llegó a ser jugador de baloncesto en silla, le invitó a probar la esgrima.
“Quedé en la cafetería del hospital con Heliodoro Martín, mi primer maestro, un mosquetero reencarnado. Nada más entrar supe que era él porque solo le faltaba la capa y la espada para ser Cyrano de Bergerac. Me llevó a entrenar y el primer día me dijo: ‘Gema, eres lanzada, estoy ante una campeona, así que vamos a trabajar’. Pensé que estaba loco, pero no, supo ver mi potencial enseguida”, relata. Era finales de 1991 y apenas tenían unos meses para preparar los Juegos de Barcelona. Ganó algunas pruebas nacionales, aunque no tuvo un buen debut internacional. “Fue en Pisa (Italia), perdí todos los asaltos por 5-0. Me subía a la silla y ni me enteraba de que me habían ganado”, subraya.
Doblete de bronce en Barcelona’92
Aquello no amedrentó a la imberbe espadachina, que llegó rebosante de ilusión a la Ciudad Condal. “Esos Juegos cambiaron el rumbo del deporte paralímpico, lo que vivimos allí fue mágico, único e inolvidable”, sostiene. Contra todo pronóstico y sobre una silla obsoleta, Gema ganó un bronce individual, que suponía la primera presea paralímpica de la esgrima española. Y eso que casi se quedó sin competir por la indumentaria que llevaba la selección: “Nos dieron una chaquetilla con una ‘E’ grande en el pecho y tras el control del material nos dijeron que era antirreglamentario. Teníamos una noche para resolverlo y se nos ocurrió taparlo con típex. Nos recorrimos los puestos administrativos de la Villa para recoger todos los botes. Fuimos el hazmerreír, pero nos dejaron”.
La madrileña hizo historia en el Pabellón INEFC tras colgarse un bronce muy trabajado. Empezó con cuatro derrotas y una sola victoria en las ‘poules’ -rondas previas-, hasta que llegó el punto de inflexión que viró su suerte. “No parábamos de perder asaltos, la presión nos pudo, todo se nos hacía grande. Hasta que me tocó tirar en la pista cerca del público, que había llenado la instalación y no paraba de animarme. Les hice un gesto con el pulgar hacia abajo y me aplaudieron aún más. Ahí cambié el chip, me di cuenta de que estaban valorando el esfuerzo, el premio no era el resultado, sino disfrutar el evento. Los miedos desaparecieron, me crecí, todo funcionó y desbanqué en cuartos a la favorita, la francesa Veronique Soetemondt”, cuenta.
En semifinales cayó ante la alemana Esther Weber, a la postre campeona, pero ganó el duelo por el bronce a la italiana Deborah Taffoni. “Me supo a oro. Eso motivó a mis compañeras y luego llegó el oro de Paqui Bazalo. Con ella y con Cristina Pérez le dimos la vuelta a la historia en la prueba por equipos, nadie apostaba por nosotras, solo teníamos unos meses de experiencia, pero creímos que era posible y fuimos la revelación, ganamos el bronce frente a Gran Bretaña”, explica. Aquel tridente de pioneras repitió podio cuatro años después en Atlanta’96 tras vencer a Italia por un tocado de diferencia. “Ya nos miraban con respeto, teníamos mucha fuerza, empuje y coraje, lo dábamos todo. Formamos un gran equipo”, afirma.
En los años posteriores continúo cosechando metales, aunque también saboreó la derrota, algo de lo que siempre ha aprendido. “En Sídney 2000 nos tocó perder y no estaba preparada para ello. Fue una lección de vida, pero me dio vértigo, reflexioné y me pregunté por qué hacía esgrima. La respuesta estaba en los valores que adquiría, en la superación, la experiencia, en luchar por unos objetivos y en el trabajo en equipo”, recalca. En su afán por mejorar, de cara a los Juegos de Atenas 2004 Gema perseveró para entrenar con el equipo olímpico español en el CAR de Madrid. “Montaba las fijaciones de la silla y esperaba en la sala. Pasaban las horas, recogía todo y me iba a casa sin sudar. Pero insistí y un día se acercó un chico y se sentó a tirar conmigo. Al final se sumaron otros y mi esgrima mejoró. También di un salto cuando llegó mi segundo maestro, José Luis Álvarez, sablista en Barcelona’92”, asevera.
Obstáculos para llegar a Pekín 2008
En la capital griega se llevó dos diplomas en espada y en florete. En el siguiente ciclo paralímpico no imaginó encontrarse con tantas barreras para llegar a Pekín 2008. Era la única mujer del equipo español y el seleccionador le comunicó que no contaba con ella para los Juegos. “Quería llevar solo a los chicos, no lo entendía porque sacaba mejores resultados que ellos. Su excusa fue que no veía interés en mí y que no estaba entrenando lo suficiente. Me sentí discriminada por ser mujer y por mi orientación sexual, lo pasé mal. Pero cuando me ponen un reto voy a por él. Empecé en la esgrima sin el apoyo de mi padre, él fue mi primer rival, me castigaba sin salir, pero me saltaba sus prohibiciones y me buscaba la vida para perseguir mi sueño. Mi seleccionador ocupó esa figura antagonista y me rebelé”, remarca.
La madrileña hizo las maletas, se marchó a Hong Kong para prepararse con la selección china y consiguió clasificarse entre las 12 del mundo para ir a sus últimos Juegos. “Me tocaron las asiáticas más fuertes y no logré medalla, pero fue una de las mejores experiencias que he tenido, me ayudaron en todo. Fue una gran lección ante una situación tan adversa. En mis cinco Juegos aprendí que no todo en el deporte es ganar. A veces fui la mejor del mundo y otras la peor. Nos obsesionamos con los resultados y se nos olvida que lo más importante es el camino, la preparación te enseña más”, enfatiza.
A su vuelta de China creó la asociación Bey ProAction, la primera escuela de danza deportiva inclusiva de España. Y aunque pudo competir en Londres 2012, esta vez Gema vivió los Juegos desde el otro lado de la barrera, como periodista conduciendo un resumen informativo en Teledeporte. Poco después sufrió una quemadura y estando ingresada, un amigo suyo que fue a visitarla acababa de subir el Kilimanjaro y le animó a intentarlo. “Al principio parecía una idea loca. Me di cuenta de que ese reto deportivo podría tomar otra dimensión más social, podía resolver un problema de movilidad de personas que viven en la selva o en la montaña. Pregunté si alguien había subido en silla y me dijeron que un americano, pero en la parte más elevada del volcán tuvieron que ayudarle. Me insistieron en que era un desafío muy duro para una mujer y ahí les contesté que ahora sí que me interesa”, narra.
El ‘Reto Cumbre Bey-Kilimanjaro’ partía de 0. “Recluté a mi equipo al estilo ‘Ocean’s Eleven’, visité a médicos, entrenadores, psicóloga, fisios… Había que prepararlo a largo plazo, como si fuesen unos Juegos”, añade. Y la mejor manera fue subiendo cumbres con la fuerza de sus brazos en la handbike. Primero el Monte Abantos (1.000 metros), luego la Bola del Mundo (2.000 metros) y el Teide (3.000 metros), poco después de superar un cáncer de mama. La pandemia del coronavirus ha frenado momentáneamente sus aspiraciones.
“No me rindo caiga lo que caiga”, asevera. En cuanto la situación lo permita, tomará la espada para celebrar una estocada sobre el techo de África (5.895 metros) y convertirse en la primera mujer del mundo en silla en coronarlo. “El día que lo consiga seré la persona más feliz. Será una forma de demostrar que no hay limitaciones y que todos podemos alcanzar nuestras cimas”, apostilla esta todoterreno que desborda entusiasmo y que redibujó su vida blandiendo una espada y derribando los muros de su destino con el tocado de la determinación.