Jesús Ortiz / dxtadaptado.com
Cada vez que se deslizaba por las gélidas laderas blancas solo vislumbraba una sombra delante, la de su guía, que le cantaba el trazado como un piloto de rally y al que perseguía para calcar cada movimiento a una velocidad endiablada. En esa oscuridad emergía la luz del osado y sagaz Eric Villalón, uno de los deportistas españoles más laureados de la historia en esquí para ciegos. Durante una década se labró un currículum excelso, fue campeón del mundo, conquistó metales en pruebas internacionales y sumó nueve medallas (cinco oros, tres platas y un bronce) entre los Juegos Paralímpicos de Nagano 1998, Salt Lake City 2002 y Turín 2006.
Nacido en Barcelona, pero criado en Girona, echó los dientes y aprendió a gatear en la nieve ya que sus padres eran amantes de la escalada y del esquí. Las estaciones de La Cerdanya, La Molina, Les Neiges Catalanes del Pirineo Francés y Font-Romeu le vieron crecer. En esos enclaves empezó a fraguarse su leyenda. Con cuatro años se calzó por primera vez unas botas y unos diminutos esquís. La deformación congénita en el nervio óptico y en la retina con la que nació no fue una barrera para disfrutar y serpentear el manto blanco. “Tengo un 5% de visión, solo distingo colores, sombras y bultos grandes, ese es mi mundo. La imaginación es el mejor ojo, así que es mi cerebro el que completa con proyecciones lo que no veo”, afirma.
Sus progenitores nunca le sobreprotegieron, al contrario, le dieron las herramientas para que ganase autonomía desde pequeño. “Educar a un niño es un acto de valentía y mis padres optaron por el camino de la activación a través del acompañamiento, confrontaba el peligro con ellos a mi lado, eso hizo enriquecer mi sistema neuronal. En casa hacíamos todos lo mismo. Ellos esquiaban y escalaban, y yo también. Hice atletismo, natación, montaba en bici e incluso jugué como portero de fútbol, aunque no veía la pelota. Me tropezaba o me caía, pero en vez de decirme que me dedicara a otra cosa, me animaron a hacerlo de otra forma. Era una cuestión de tiempo, de cambiar las reglas de aprendizaje. Gracias a ello llegué a deportista de alto rendimiento”, asegura.
Aunque no siempre ha podido hacer lo que quiso porque se lo impedía la limitación visual. “Hubo momentos duros, como cuando mis amigos pasan de la bici a un ciclomotor y tú sabes que no podrás conducir una. También cuando quise ser bombero de rescate de alta montaña o estudiar medicina, me gustaba la microbiología de la alimentación, pero no podía dedicarme a ello y fue una frustración enorme. Tenía 17 años y me puse a vender cupones”, relata. La ONCE le dio trabajo y le animó a prepararse como esquiador. Su afán de superación lo extrapoló a las pistas y a los 22 años debutó en el Mundial de Lech (Austria).
“Hasta entonces esquiaba solo y mis amigos me servían de guía hasta que los adelantaba a todos y tenía que frenarme porque me quedaba sin referencia. Al Mundial me acompañó Ana Foix, quien me enseñó la biblia del esquí. Recuerdo que, en la salida del descenso, que nunca lo había hecho, me preguntó si estaba nervioso. Le contesté que no, tenía mi primer dorsal, era feliz, estaba en una nube. Me pegó un grito para que me concentrara y así me estrené. Cuando vi en el podio a mis compañeros Juan Carlos Molina, Manuel Buendía y Magda Amo, con los que disfruté mucho en mi trayectoria, me dije que también quería lograr medallas y no verlo desde la barrera”, rememora.
Sus primeras medallas
No tardó en descollar con las tablas, su destreza y talento le llevaron muy pronto a conseguir trofeos. En el Europeo en Baqueira Beret en 1997 sumó sus primeras preseas, tres platas guiado por Josep María Vilamitjana. Aquello impulsó a Eric para afrontar los Juegos Paralímpicos de Nagano’98. “Nunca había viajado más allá de Mallorca, era algo nuevo. Iba sin ningún tipo de pretensión, sin estrés ni ataduras. Estaba muy relajado, no tenía presión, pero no iba a Japón de vacaciones, quería arriesgar”, cuenta. En la nieve nipona tuvo un debut inesperado, se lució con tres oros en supergigante, slalom y gigante. Allí fue bautizado como el ‘Hermann Maier paralímpico’.
Ese invierno, el austríaco, considerado por muchos como el mejor de todos los tiempos, salió ileso tras una caída aparatosa y luego ganó dos oros en los Juegos Olímpicos. Al español le ocurrió algo parecido. “En el descenso, que era como entrar en una habitación a oscuras, pero a más de 100 kilómetros por hora, me pegué un batacazo, salí despedido por encima de la red de protección y quedé clavado con los esquís cruzados. Al día siguiente, con un tremendo dolor en la tibia gané el supergigante. Luego llegó la victoria en el gigante y, por último, en slalom, en el que creíamos que habíamos sido plata porque mi guía se equivocó al ver los resultados y los periodistas nos informaron de nuestro triunfo. Fueron unos Juegos redondos”, explica.
Su voracidad no tuvo techo y en el siguiente ciclo paralímpico continuó devorando medallas en las abruptas cumbres y pendientes nevadas que pisaba. Esta vez, a través de los ojos de Pere Comet. Un oro y un bronce en el Mundial de Eslovaquia 1999, una plata en el Mundial de Snowbasin (Estados Unidos) 2001 y numerosos metales en pruebas de Copa del Mundo y de Europa fue el botín logrado antes de los Juegos de Salt Lake City 2002. “La falta de presupuesto nos impidió ganar más. El deporte paralímpico crecía, éramos buldócer abriendo caminos hacia un futuro mejor, pero no teníamos el reconocimiento que merecíamos y eso agotaba. Aunque luego en la competición te motivabas, los jóvenes te miraban como ejemplo, así que no había que bajar los brazos”, apunta.
Uno de esos bisoños que irrumpió con fuerzas a su lado era Jon Santacana: “Fue un gustazo coincidir con él, era un gran compañero y muy buen adversario en la pista. Cuando te rodeas de los mejores rivales, las expectativas y el nivel suben. Tuve grandes aprendizajes de ellos”. En territorio estadounidense volvió a brillar con dos oros en slalom y en gigante y con dos platas en descenso y en supergigante. “La competencia era astronómica y revalidé lo de Nagano, eso sí, en cada prueba tuvimos que salir a morir para subir al podio”, subraya. Tras ello, de nuevo cambió de guía y Hodei Yurrita se convirtió en su ‘lazarillo’.
Alcanzó su apogeo en el Mundial de Austria 2004, donde reinó con cuatro oros. A principios de año había sufrido una lesión de hombro y decidió posponer la operación porque quería competir. “Los fisios hicieron un gran trabajo para que el hombro no se saliera de su sitio y todo fue perfecto, llegué al punto más álgido de mi carrera, gané en las cuatro disciplinas. Seguíamos cumpliendo, sin embargo, a nivel burocrático y de ayudas, España nos fallaba. El apoyo que recibían los deportistas de otros países subía como la espuma y mantener el nivel era complicado. No llegas a final de mes y te cuestionas si vale la pena continuar, nos quemó mucho”, lamenta.
Turín 2006, un broche a su gran carrera
Encarar los Juegos Paralímpicos de Turín 2006 fue una tarea ardua. “Los dos últimos años fueron duros, tuve lesiones de espalda y de rodilla. Fue un reto a nivel personal y deportivo, te consideraban amateur, sin embargo, te pedían que rindieras como un profesional. Jon Santacana se había lesionado y toda la presión de resultados recayó sobre mí, el estrés fue brutal, no quería ser el centro de atención, tenía ganas de dejarlo”, confiesa. Eric era consciente de que estaba ante sus últimas curvas y bajadas, se conjuró con Hodei para echar el resto y cumplió con una plata en slalom y un bronce en gigante.
“Superar lo de Turín fue lo más bestia a nivel emocional en mi vida. Salvamos los muebles. En descenso fuimos sextos, en supergigante lo bordamos hasta el último tramo, en el que volé y quedamos cuartos. A la vieja usanza, a grito pelado de mi guía y persiguiendo sombras, en gigante nos llevamos un bronce muy luchado. Y en slalom, que sabíamos que era nuestra última prueba, lo dimos todo para lograr la plata. Fue una gran despedida, el broche final perfecto. Creo que representé bien a España en todos esos años, estoy muy orgulloso de mi etapa como esquiador”, sentencia.
En esa década en la élite, el catalán no entiende sus éxitos sin sus otras mitades, las cuatro personas que le guiaron a lo más alto. “Ana Foix fue la raíz, el catalizador que hizo que me enganchase a este mundo. Josep María Vilamitjana me enseñó a competir y a divertirme fuera y dentro de la pista. Con Pere Comet, que era fisioterapeuta, aprendí todo lo relacionado con el cuerpo, las inercias, las angulaciones, cómo situarte en los esquís para no lesionarte, cómo cuidarte y cómo caer y no rendirte. Mientras que Hodei Yurrita sacó lo mejor de mí. Él tenía 18 años y muchas inquietudes, era un tipo cañero que me vino genial, nos complementamos a la perfección y supo estrujar lo que había aprendido anteriormente para llevarlo al punto máximo”, comenta.
Tras dejar el mundo paralímpico trabajó como profesor de esquí en La Molina y técnico de deportes de invierno en el Consell Comarcal de la Cerdanya. Y en 2009 completó uno de los desafíos más extremos de su vida, ya que fue, junto a Xavier Valbuena y Jesús Noriega, uno de los expedicionarios de la aventura Polo Sur Sin Límites. “Habíamos recibido un curso sobre supervivencia polar de Ramón Larramendi e Ignacio Oficialdegui, que fueron nuestros guías. Lo preparamos física y psicológicamente durante año y medio, metidos en frigoríficos y con entrenos en el hielo de Groenlandia”, narra.
Durante los 12 días de travesía por la Antártida soportó temperaturas de hasta 40 grados bajo cero y vientos de 300 kilómetros por hora mientras arrastraba un trineo con 60 kilos de material. Incluso, en los primeros días sufrió una gastritis severa. “Pasé tres días vomitando, sin comer ni beber nada. Ya era un tirillas y encima perdí 10 kilos. Vivimos situaciones límites, pero entre todos lo conseguimos. Fue una locura y un sueño cumplido. Me ayudó a escalar peldaños en la vida y demostramos que si queremos, podemos”, apostilla Eric Villalón, que hoy día reparte suerte en un kiosco de la ONCE en la Plaza España de Barcelona entre unos ciudadanos, cuya gran mayoría desconoce que ese vendedor lleva la nieve en su ADN y que con perseverancia y un esfuerzo titán construyó su figura de campeón.