Es débil visual, pero se muestra orgulloso porque también compite contra convencionales
No hay recetas mágicas para ganar, asegura el Premio Nacional de Deportes 2014
El trabajo comprometido y el orgullo de escuchar el Himno Nacional te impulsan a la victoria
Jorge Sepúlveda Marín / jornada.unam.mx
La de Eduardo Ávila no es un historia muy común en el deporte. Es un judoca que ha hecho sonar las notas del Himno Nacional en diferentes latitudes del mundo al conquistar el oro, porque se sube a la zona de combate con el corazón y con una estrategia que no le resulta fácil a los oponentes.
Su hablar pausado, como si escogiera con cuidado cada una de las palabras que va a decir, pero su técnica es fulminante cuando de vencer a los rivales se trata. Aunque padece una debilidad visual que lo encierra en un mundo de tinieblas, se las arregla para dejar en el tatami aun a competidores convencionales.
No es un súper atleta, apunta tajante. Es un deportista de alto rendimiento que pretende demostrarse a sí mismo, antes que a nadie, sus capacidades y que la adversidad que le plantea la vida no es suficiente para postrarlo. Es más bien el motor que lo impulsa a no dejarse caer y que a diario alimenta con apoyo de su familia.
Sus padres, Ana María Sánchez e Hilario Ávila, también judocas desde que supieron del mal que aquejaba a Eduardo, quien tiene dos hermanos, le mostraron un cariño especial y le enseñaron a valerse por sí mismo, lo cual hizo de él un orgulloso campeón de la especialidad.
El ganador del Premio Nacional de Deportes 2014 (PND) tiene una doble vida. Además de ser un excepcional competidor de talla mundial, estudia una maestría en mercadotecnia integral en la Universidad Anáhuac, con buenas calificaciones, por lo que si tuviera que alejarse del deporte –que no piensa en eso por ahora– tiene los conocimientos adecuados para emprender otra exitosa actividad.
Con el boleto en la bolsa para competir en los Juegos Paralímpicos de Río 2016, Ávila no puede esconder la emoción de platicar que buscará una nueva medalla dorada –ya obtuvo una en Pekín 2008– en la justa veraniega de Brasil, aunque sabe que no será fácil porque los rivales tienen el mismo compromiso grabado en la agenda, aunque la diferencia puede ser el trabajo que se hace y las horas de entrenamiento
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Emocionado, narra que espera seguir formando parte de la selección nacional de judo de los atletas convencionales, de ganarse el sitio en el campeonato de la especialidad en febrero próximo, además de los Juegos Parapanamericanos de Toronto, sin olvidar un certamen del orbe en Europa, por lo que su hoja de ruta está cargada este año.
Orgulloso, habla de pertenecer a los dos grupos de judocas –capacidades diferentes y convencionales–, no por favoritismo o ayuda extraña, sino porque en el tatami se ha desenvuelto para demostrar su valía, por lo que en buena medida, además de su historial deportivo, fue que se hizo acreedor al PND y a un nombre en el ámbito mundial como uno de los mejores en la división de los 73 kilogramos.
De palabra fácil, dice que nunca promete ganar medallas –aunque las más de las veces lo ha hecho–, pero lo que sí te puedo asegurar es que lucharé con el corazón, con todo el coraje, sangre y deseo de conquistar una presea porque, como siempre lo he hecho, es la única forma en que se puede triunfar. El que no lo haga así está condenándose a fracasar una y otra vez.
Con valentía por la lección que brindó María del Rosario Espinoza al ganarle a la cubana Glenhis Hernández en los pasados Juegos Centroamericanos y del Caribe Veracruz 2014, dice que toma esa actitud de triunfo como una lección de vida, con la que espera borrar todos los fantasmas que lo andan rondando por allí para desapacerlos de una vez por todas.
Aunque no hay recetas mágicas ni ingredientes que se compren en la tienda, Eduardo sabe que sólo con un trabajo comprometido, por el amor de su familia y por el orgullo de escuchar el Himno Nacional desde lo más alto del podio es como se gana una medalla.
Y el judoca está decidido, no a probar suerte en Río, sino a demostrar que sabe subir a lo alto del olimpo.