Kike Soriano, un ‘cazador’ de medallas en tiro olímpico

El asturiano, afincado en Elche, es el deportista masculino español con más participaciones -siete- en los Juegos Paralímpicos. Ganó cuatro mundiales, un oro en Atlanta’96, un bronce en Sídney 2000 y numerosas preseas internacionales.

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Paralímpiada de Pekín 2008 El Equipo de Tiro Olímpico con Miquel Orobitg, Jose Luis Martinez y Francisco Angel Soriano

Jesús Ortiz / dxtadaptado.com

Cuando empuñaba el arma domaba las altas pulsaciones con nervios de acero y se mostraba letal con su gatillo preciso. Perfeccionista y autodidacta, Francisco Ángel Soriano está considerado como el mejor ‘pistolero’ español de la historia en tiro olímpico. Una pistola de poco más de un kilo de peso. Un perdigón de 4,49 milímetros que debía clavar en el centro de dianas de uno o cinco centímetros. A 10, 25 y 50 metros de distancia. Y una tanda de 60 disparos. La puntería de ‘Kike’ le granjeó un palmarés excelso en casi 30 años de carrera internacional. Un oro y un bronce en siete Juegos Paralímpicos, cuatro veces campeón del mundo y un reguero de medallas europeas, mundiales y nacionales dejó a su paso.

El asturiano Kike Soriano en sus inicios en tiro olímpico.

Y eso que al principio esta modalidad no le llamó la atención. Lo suyo era el tiro con arco, deporte que le enganchó poco después del accidente laboral que le dejó parapléjico. Nacido en Las Tejeras de Lada (Oviedo), con 12 años emigró con su familia a Bélgica. “Nos marchamos obligados. En Asturias se desató una oleada de huelgas mineras en 1957 y 1958, eran tiempos de durísima represión, la policía franquista detuvo a muchos trabajadores y mi padre, que corría riesgo de ser arrestado, decidió salir de España. Más tarde, mi madre, mi hermano y yo nos reunimos con él en Bruselas”, relata.

Un país desconocido y un idioma nuevo. “Estaba muy enfadado, por entonces ya trabajaba en una carpintería, aunque no quedaba otra. Aprendí francés y empecé a estudiar la carrera de electromecánica. Me faltaba un mes para terminarla, pero acepté una oferta de empleo en una empresa de ascensores”, cuenta. Tenía 25 años y su vida volvería a dar un giro radical. Se encontraba reparando un elevador y este se disparó tras un fallo de entendimiento con un compañero: “Fue un error absurdo. Me dañé la novena y la décima vértebra, pero tuve suerte porque pude pararlo, si no, me habría partido en dos”.

Pasó 14 meses hospitalizado en el Hospital Universitario Saint Pierre. “Los primeros cuatro meses sin moverme para que la columna vertebral se soldase. Recuerdo que salía de la habitación bocabajo en la cama e impulsado por dos palos de escoba me iba a un parque que había cercano, eso fortaleció mi espalda”, comenta. Luego lo enviaron al Centro Traumatología Readaptación de la capital belga y el deporte resultaría clave en su recuperación. Se atrevía con todo. Atletismo, natación, baloncesto en silla, tenis de mesa, halterofilia, esgrima o tiro con arco, disciplina que practicó durante tres años.

El tirador asturiano durante una competición.

“Tenía buenas cualidades y me decían que podía llegar lejos. Sin embargo, a mí me gustaba tirar al aire libre y allí solo podía hacerlo en una sala indoor polivalente. El tiempo era inestable, no salía de casa, así que volví al hospital y el entrenador de tiro olímpico me dijo que probase. Me encantó. Compré una pistola de segunda mano por 36.000 pesetas (150 euros) y gané el campeonato de Bélgica”, asegura. Un año después decidió regresar a España junto a su mujer, Mari Carmen Fernández, y sus dos hijos y se instaló en una casa que había comprado en Valverde Alto, una pedanía de Elche. “Nada más llegar me dijeron que no había tiro olímpico para discapacitados, me llevé una decepción. Le dije a mi esposa que nos volvíamos a Bruselas”, dice entre risas.

En 1984 se celebró en Elche el I Campeonato de España y bajo el sol mediterráneo inició su ascenso a la nobleza de este deporte, ganando trofeos ante tiradores “convencionales”. Fue convocado por la selección española para el Mundial en Stoke Mandeville en 1986 y se colgó una plata, la primera muesca de su pistola. Entre la Delegación de Tiro de Alicante, el Club de Tiro Elche y una improvisada galería que construyó en su chalet en mitad del campo empezó a forjar su leyenda, a buscar la perfección a través de la precisión. Su bautismo en unos Juegos Paralímpicos fue en Seúl’88, donde terminó 12º: “Estaba preparado para ganar una medalla, pero la falta de experiencia en estos eventos me jugó una mala pasada. Llegué a las instalaciones para competir y me dijeron que el horario había cambiado, eso me dejó fuera de juego y perdí la concentración”.

Un sabor amargo le dejó Barcelona’92, pese a que dos años antes se había proclamado campeón del mundo con récord de puntuación en Gran Bretaña en pistola de aire a 10 metros. Fue quinto y se quedó a dos puntos del bronce. “Estaba hecho un toro, llegamos con 15 días de antelación, me llevé 1.000 balas para entrenar, pero se me acabó la munición. No me ayudaron a encontrar más y eso me afectó tanto que la noche antes de competir no dormí por esa falta de apoyo, perdí la confianza y no supe competir, la mente estaba en otro sitio. Fue un fracaso”, reconoce. No claudicó y dos años después volvió a ganar el Mundial en Linz (Austria) en pistola libre 50 metros.

Kike Soriano en su regreso a España con el oro de Atlanta’96.

“Fui el primero en tirar, no me salió bien y pensé que no me metería en la final porque quedaban muchos rivales por participar. Así que me fui a comer y a tomarme una jarra de cerveza. Al regresar a la galería vi que todavía iba tercero, no me lo creía. Tenía que ir a la final, pero no podía competir en esas condiciones. Agarré la pistola, levanté el brazo y cinco dieces seguidos. Aventajé a mis adversarios en 15 puntos”, recuerda. Su cénit llegó en los Juegos de Atlanta’96, donde cazó la presea dorada en la misma modalidad. “Mi compañero Luis Salgado hizo de seleccionador y supo sacar lo mejor de mí. Ya en el calentamiento entré fuerte y pasé como primero a la final, en la que arranqué con un fallo incomprensible. Cuando terminé le pedí perdón al entrenador y él me levantó el pulgar, diciéndome que había ganado. Me entró tal tembleque y lo pasé tan mal que no pude ni ir a la ceremonia de clausura”, explica.

Continuó cosechando éxitos, otro oro mundial en Santander 1998 y volvió a subir al podio en los Juegos Paralímpicos con un bronce en Sídney 2000. “Influye mucho la posición desde la que tiras, a mí me tocó en un lateral y eso me afectó porque el viento rebotaba en las paredes y me movía el brazo. Con un par de tiros más me habría llevado el oro”, matiza. Tras ello, el asturiano ganó otro Mundial en Seúl 2002 y los europeos de Vingsted (Dinamarca) en 2001 y Brno (República Checa) en 2003. Lo pasó mal en los Juegos de Atenas 2004, donde su mejor resultado fue un 18º puesto en pistola deportiva. “Había muchas cuestas en las instalaciones y llegaba a la competición con los brazos entumecidos. He perdido muchas medallas por culpa de las contracturas y los espasmos musculares, era lo único que no podía controlar”, lamenta.

En Pekín 2008 quedó 19º en pistola libre y 29º en aire. “No son excusas, pero ahí me perjudicó la luz del techo que tenía encima mía, se reflejaba en el arma y engañaba al ojo. Les pasaba a todos los tiradores que estábamos en la misma posición. Los Juegos siempre me han deparado disgustos”, comenta con resignación. En Londres 2012 sufrió otra desgracia: “Iba con una silla motorizada y un día de mucha lluvia giré de forma brusca para evitar chocar con una persona, me caí y me rompí la cadera. El dolor no me dejó tirar bien”, comenta Soriano, que terminó 11º en pistola deportiva.

Soriano disparando en los Juegos Paralímpicos de Londres 2012.

Su última competición internacional fue en casa, en Alicante, durante el Europeo de 2013, quedándose muy cerca del podio. “Estaba harto de tener que rascarme el bolsillo, todo me lo tenía que pagar. Escribí una carta, que nunca me la aceptaron, reivindicando más ayuda, no para mí, sino para que las generaciones que llegaban tuviesen más facilidades para salir al extranjero a competir. Este deporte es muy caro, una pistola puede costar entre 1.800 y 2.400 euros, más la munición, el desplazamiento, hotel… Me encontré con muchas barreras, así que me planté y dije que ya no volvería a gastar ni un euro más por ir a una prueba internacional”, sostiene.

A sus 71 años continúa acumulando dieces en los blancos e incluso el pasado mes de febrero sumó a su excelso palmarés otro campeonato de España. “Les sigo haciendo sombra a cualquier rival con o sin discapacidad, aunque no entreno como antes, lo tengo más como un hobby”, apunta Kike Soriano, que cada día mima la veintena de pistolas con las que ha obtenido sus metales más preciados. “Cuando me inicié en tiro olímpico dije que quería triunfar y lo logré. Todas las medallas conseguidas en mi carrera son especiales, desde la primera, porque me demostré a mí mismo que era capaz, hasta la última, porque todavía sé que puedo dar guerra”, apostilla el deportista masculino español con más Juegos Paralímpicos en su currículum.

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